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A poco que en silencio nos paremos a contemplar, o a escuchar los rumores del monte, seremos capaces de sentir la vida que en su interior hay, que en sus entrañas esconde.
Desde el canto de los ruiseñores hasta el volar pausado y altivo de un águila, todo denota esa vida a la que me refiero, esa actividad cotidiana que por serlo, a veces no nos paramos a darle la importancia que realmente tiene, vulgarizando su significado sin más trámite, ignorando lo privilegiados que somos por vivir en un entorno rural, que ojalá por muchos años, así lo sigua siendo.
Cuántas veces hemos sentido la magnificencia de un paisaje que nos hace ser ínfimos ante tal demostración de grandeza por su belleza y quietud, llevando a pensar incluso a los más agnósticos, que alguien debe ser el creador de tanta belleza y grandiosidad, o como, simplemente, nos puede sobrecoger la imponencia de un risco escarpado y de formas imposibles, o la sensación de pureza que trasmite el aire al trasportar el aroma de las jaras, o como el brillo del rocío en la hierba llena de luminosidad una mañana otoñal, o el manto nazareno con el que se visten los brezales en primavera.
Así nos habla la sierra, en silencio, un silencio de tal magnitud que retumba en nuestros oídos, se clava en nuestra vista y se respira tan intensamente que esas palabras nunca dichas, nunca oídas, se graban para siempre en nuestra memoria.
Jesús Lara Bueno
Desde el canto de los ruiseñores hasta el volar pausado y altivo de un águila, todo denota esa vida a la que me refiero, esa actividad cotidiana que por serlo, a veces no nos paramos a darle la importancia que realmente tiene, vulgarizando su significado sin más trámite, ignorando lo privilegiados que somos por vivir en un entorno rural, que ojalá por muchos años, así lo sigua siendo.
Cuántas veces hemos sentido la magnificencia de un paisaje que nos hace ser ínfimos ante tal demostración de grandeza por su belleza y quietud, llevando a pensar incluso a los más agnósticos, que alguien debe ser el creador de tanta belleza y grandiosidad, o como, simplemente, nos puede sobrecoger la imponencia de un risco escarpado y de formas imposibles, o la sensación de pureza que trasmite el aire al trasportar el aroma de las jaras, o como el brillo del rocío en la hierba llena de luminosidad una mañana otoñal, o el manto nazareno con el que se visten los brezales en primavera.
Así nos habla la sierra, en silencio, un silencio de tal magnitud que retumba en nuestros oídos, se clava en nuestra vista y se respira tan intensamente que esas palabras nunca dichas, nunca oídas, se graban para siempre en nuestra memoria.
Jesús Lara Bueno
1 comentario:
Hola Jesús:
Hermoso texto (no sabía yo de tu afición literaria). Leyéndolo pausadamente me he transportado a la Sierra de San Pedro, y la la Siberia, y a tantos sitios tan hermosos...
Sigue escribiendo y deleitándonos con tus sensaciones, que compartimos.
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