El otro día, una señora que vino a mi despacho, antes de entrar, se quedó mirando detenidamente los trofeos de caza que tengo en el zaguán de mi casa, leyendo las chapas, las placas de los mismos, y cuál fue mi satisfacción al descubrir infraganti a la atenta observadora; y en verdad, es que todos los cazadores somos un poco exhibicionistas, pues nos encanta enseñar orgullosos nuestros trofeos, que los demás los vean, y a la menor oportunidad que nos den, contar como matamos ese venado en tal sitio, o aquel cochino en aquel otro sitio.
Yo soy un claro ejemplo de ese narcisismo del que hacemos gala los monteros, pues lo mío es muy curioso, un claro ejemplo de lo que digo es que no tengo colgado absolutamente ningún título académico ni profesional, y tengo alguno que otro..., pero sin embargo, junto a mis trofeos de caza tengo el Título de Montero.
Recuerdo que en cierto documental sobre la Montería española, el polifacético Mariano Aguayo decía que: “No ha dejado de rodar el cochino, y el montero ya está pensando en describirles el lance al resto de monteros en la junta de carnes”, y tiene razón, es curioso pero es así, porque el montero encuentra un regusto, un placer que ralla el onanismo, contando y recordando sus lances cinegéticos, tanto inmediatamente después de producirse, como cuando se recuerdan después de muchos años. Eso forma parte de la caza, compartir las experiencias, hacer disfrutar de tus lances a los demás, e igualmente disfrutar de los lances de los compañeros.
Cualquier escusa es buena para contar nuestras azañas venatorias, y siempre hay lugar a la exageración, eso por supuesto, muy típica de los cazadores también, aunque sin malicia alguna, pero esas exageraciones, forman parte también de esa satisfacción que siente el cazador al contar sus vivencias, sus anécdotas.
Es común ver como después de la cacería, se siguen pegando tiros en el bar tomando una cerveza, o sentados en la mesa comiendo, se gesticula y se le corre la mano una y otra vez a aquella cochina que salto a la raya corriendo como alma que lleva el diablo y que de un certero disparo matamos una y cien veces cada vez que algún compañero nos hace la típica pregunta: ¿Has hecho algo?
Y ya en la cama, antes de entregarnos a los brazos de Morfeo, con cierta satisfacción y con alegría por la suerte que nos deparó la jornada, recreamos por última vez en nuestra mente ese lance que nos hizo feliz. Hacemos balance, y los nervios, la noche anterior en vela, bien valieron la pena.
A buen seguro, a esa misma hora, otros maldecirán su mala fortuna, y verán durante toda la noche como el venado que entró andando tranquilamente en el cortadero, se pierde entre las jaras a la carrera, dejando atrás la ilusión, el sueño y rompiendo toda la esperanza del montero que de igual forma, se pregunta una y otra vez, como pudo fallar, tratando así de dar una explicación a su mala suerte.
Pero la satisfacción está ahí, cuando en silencio observamos ensimismados nuestros trofeos colgados de la pared, recordamos con una perfecta nitidez el lance, y nos permite volver a revivir la alegría de aquel día.
Jesús Lara Bueno.
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