Con el ocaso del día se presenta el despertar de la dehesa. Cuando la oscuridad comienza a cernirse sobre los campos, comienzan a salir las criaturas que durante el día se esconden a los ojos del hombre y que por la noche se muestran casi como seres mitológicos del campo.
Resulta espectacular observar el paso de la luz a la oscuridad, ver como un pequeño rebaño de merinas, con su andar cansino, se dirigen a la majada para pasar la noche tras haber pacido durante todo el día en los dorados pastos, tras lo cual, por el camino, el destartalado coche del pastor se aleja en busca del merecido descanso tras la dura jornada de trabajo, dejando el campo en una quietud que da lugar al tránsito confiado de una pareja de huidizos conejos que brincan de un lado a otro, y que corren a refugiarse a la protección que les brinda la espesura del monte cuando la sombra de un milano, ya difusa a esas horas, recorre las alturas en busca de una última oportunidad ese día.
El trigal brilla por última vez hoy, y el silencio se rompe por la salida apresurada de un mirlo que con su alborotador canto nos anuncia que en la profundidad del jaral, el monte comienza a despertar de su letargo diurno. El sonido cortante del vuelo del búho real le da la bienvenida a la noche.
Una jineta sale del tueco de una vieja encina en busca tal vez, del gallinero más cercano, entre el pasto un zorro inexperto, juega más que caza, y de oído salta de mata en mata intentando llevarse a la boca algún ratón o langosto.
La soledad sobrecogedora de la dehesa en penumbra inunda nuestros sentidos y hace que éstos se vuelvan torpes, es ahí cuando solo agudizando el oído podemos imaginar la presencia del cochino que entra en la baña antes de dirigir sus pasos al trigal.
Una rama tronchada delata el paso de un animal grande, seguidamente el chapoteo entre los juncos del chabuco y el silencio de las ranas nos confirma que ahí está, solo hay que esperar, es cuestión de minutos.
Una ligera brisa cargada de calor golpea el rostro sudoroso y nos indica que esta noche el aire esta como aliado y no como enemigo, las picaduras de los mosquitos dejan de sentirse, la boca se reseca, la respiración se entrecorta, el corazón se acelera y golpea el pecho con tanta fuerza que resuena en los oídos, tal como lo hiciera el delator de Poe.
El chapoteo ha cesado, la quietud y el silencio vuelve al trigal, la luna creciente solo permite ver unos metros por delante, los suficientes para decidir la suerte de las dos partes enfrentadas en esta contienda.
Unos gruñidos confiados indican que ahí está el invitado, se acerca, se escucha perfectamente como da cuatro pasos y se para, para cargarse de aire, todo indica que es un catedrático, como decía Covarsí, su comportamiento lo delata, pero algo sucede inesperadamente, sin justificación aparente de repente detiene sus pasos en seco durante un largo rato, pero sin embargo el aire no mueve una paja, no puede descubrir a la sombra que se aposta contra el tronco de la encina para darle caza.
Un bufido, una pequeña carrera y la oscura silueta del catedrático que tomando otra entrada en el trigal, se pierde por la inmensidad blanquecina de la senara bajo la luz de la luna que vuelve a inundar de claridad los campos llenos de magia a esas horas de la madrugada.
Como ocurriera en la leyenda de Bécquer*, la realidad se impone como cuando aquel misterioso coro de voces acompañadas por la suave melodía de la naturaleza le susurró a un incrédulo Garcés, que aunque revestido en forma de ensoñación, todo era real, no era una ilusión.
Todo ha sido un sueño fugaz que se ha escapado sin remedio, y que se torna en cansancio contenido por la esperanza de un desenlace que tal vez, pudo haber sido afortunado, y en sueño real también que ahora sí, recobrada la noción del tiempo, llama al trasnochador a la presencia de Morfeo.
Jesús Lara Bueno.
*
“El arquero que velaba en lo alto de la torre ha reclinado su pesada cabeza en el muro.
Al cazador furtivo que esperaba sorprender la res lo ha sorprendido el sueño.
El pastor que aguardaba el día consultando las estrellas duerme ahora, y dormirá hasta el amanecer.
Reina de las ondinas, sigue nuestros pasos.
Ven a mecerte en las ramas de los sauces, sobre el haz de agua.
Ven a embriagarte con el perfume de las violetas que se abren entre las sombras.
Ven a gozar de la noche, que es el día de los espíritus.”
Resulta espectacular observar el paso de la luz a la oscuridad, ver como un pequeño rebaño de merinas, con su andar cansino, se dirigen a la majada para pasar la noche tras haber pacido durante todo el día en los dorados pastos, tras lo cual, por el camino, el destartalado coche del pastor se aleja en busca del merecido descanso tras la dura jornada de trabajo, dejando el campo en una quietud que da lugar al tránsito confiado de una pareja de huidizos conejos que brincan de un lado a otro, y que corren a refugiarse a la protección que les brinda la espesura del monte cuando la sombra de un milano, ya difusa a esas horas, recorre las alturas en busca de una última oportunidad ese día.
El trigal brilla por última vez hoy, y el silencio se rompe por la salida apresurada de un mirlo que con su alborotador canto nos anuncia que en la profundidad del jaral, el monte comienza a despertar de su letargo diurno. El sonido cortante del vuelo del búho real le da la bienvenida a la noche.
Una jineta sale del tueco de una vieja encina en busca tal vez, del gallinero más cercano, entre el pasto un zorro inexperto, juega más que caza, y de oído salta de mata en mata intentando llevarse a la boca algún ratón o langosto.
La soledad sobrecogedora de la dehesa en penumbra inunda nuestros sentidos y hace que éstos se vuelvan torpes, es ahí cuando solo agudizando el oído podemos imaginar la presencia del cochino que entra en la baña antes de dirigir sus pasos al trigal.
Una rama tronchada delata el paso de un animal grande, seguidamente el chapoteo entre los juncos del chabuco y el silencio de las ranas nos confirma que ahí está, solo hay que esperar, es cuestión de minutos.
Una ligera brisa cargada de calor golpea el rostro sudoroso y nos indica que esta noche el aire esta como aliado y no como enemigo, las picaduras de los mosquitos dejan de sentirse, la boca se reseca, la respiración se entrecorta, el corazón se acelera y golpea el pecho con tanta fuerza que resuena en los oídos, tal como lo hiciera el delator de Poe.
El chapoteo ha cesado, la quietud y el silencio vuelve al trigal, la luna creciente solo permite ver unos metros por delante, los suficientes para decidir la suerte de las dos partes enfrentadas en esta contienda.
Unos gruñidos confiados indican que ahí está el invitado, se acerca, se escucha perfectamente como da cuatro pasos y se para, para cargarse de aire, todo indica que es un catedrático, como decía Covarsí, su comportamiento lo delata, pero algo sucede inesperadamente, sin justificación aparente de repente detiene sus pasos en seco durante un largo rato, pero sin embargo el aire no mueve una paja, no puede descubrir a la sombra que se aposta contra el tronco de la encina para darle caza.
Un bufido, una pequeña carrera y la oscura silueta del catedrático que tomando otra entrada en el trigal, se pierde por la inmensidad blanquecina de la senara bajo la luz de la luna que vuelve a inundar de claridad los campos llenos de magia a esas horas de la madrugada.
Como ocurriera en la leyenda de Bécquer*, la realidad se impone como cuando aquel misterioso coro de voces acompañadas por la suave melodía de la naturaleza le susurró a un incrédulo Garcés, que aunque revestido en forma de ensoñación, todo era real, no era una ilusión.
Todo ha sido un sueño fugaz que se ha escapado sin remedio, y que se torna en cansancio contenido por la esperanza de un desenlace que tal vez, pudo haber sido afortunado, y en sueño real también que ahora sí, recobrada la noción del tiempo, llama al trasnochador a la presencia de Morfeo.
Jesús Lara Bueno.
*
“El arquero que velaba en lo alto de la torre ha reclinado su pesada cabeza en el muro.
Al cazador furtivo que esperaba sorprender la res lo ha sorprendido el sueño.
El pastor que aguardaba el día consultando las estrellas duerme ahora, y dormirá hasta el amanecer.
Reina de las ondinas, sigue nuestros pasos.
Ven a mecerte en las ramas de los sauces, sobre el haz de agua.
Ven a embriagarte con el perfume de las violetas que se abren entre las sombras.
Ven a gozar de la noche, que es el día de los espíritus.”
G. A. Bécquer - “La corza blanca”
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