![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiVmx6_J1L2K43J-AOdZ_8YYHWv529gMwob_VoueZjEeDhUVD444EAJGW0yYuhxobWS_l3EHPlFMityyUxweHB2ivAFywM82vq6oXUoaoN8PWrA_6_YYOB-gce6m0uWYWt5zJqNv-494D8/s320/raton.jpg)
Me viene a la memoria una de esas esperas, infructuosas como de costumbre, en la que ubique mi puesto entre una charca muy frecuentada y cerca de la salida del monte, donde los cochinos estaban aquerenciados.
El atardecer de aquella noche de verano, como la noche en sí, fue caluroso, y ni con la oscuridad se calmaba aquel calor, aunque lo curioso fue que, fue salir la luna, creciente, y automáticamente comenzar una brisa fría, casi gélida, que helaba los huesos, el cambio de temperatura fue tal, y tan radical, que tuve que ponerme de inmediato un forro polar, y no exagero, y todo ello en pleno mes de julio.
El silencio de la tarde, se torno en ruido tras el ocaso, la ranas, que plagaban aquella charca por doquier, entonaban al unísono su, a veces ensordecedor, a veces relajante, canto de amor. La fuerza de su croar era tal, que no miento si digo que cuando me retire del puesto, aquellos cánticos se seguían escuchando a muchísima distancia, unos cantos, que en la quietud del pasar de las horas en la inmensa oscuridad de la noche, reconforta al esperista.
Frente a mí, en aquel ruidoso puesto, tenía el tronco de una enorme encina seca, sobre la que a medida que se cernía la oscuridad sobre el campo, se iba convirtiendo en una sombra bastante intimidatoria, en la forma casi fantasmal de uno de esos árboles que aparecen dibujados en los bosques de los cuentos infantiles que habitan brujas malvadas.
No deje de mirar aquella “aterradora” forma gigante, aquella sombra con forma “terrorífica”, pareidolia creo que se llama a ese fenómeno por el cual nuestro cerebro da formas o parecidos de objetos concretos a sombras, manchas u objetos, como ocurre con esas misteriosas caras de Bélmez.
El caso es que entre el estruendoso concierto que estaban dando las ranas a mis espaldas, y aquel aterrador árbol seco que se erguía frente a mí, no sé de donde, un pequeño trotar comenzó a rodear mi puesto; noté como se movía el pasto, y no sabía que era aquello que corría de un lugar a otro, que me rodeaba, que subía y bajaba el chaparro sobre el que me apoyaba, y que incluso, descaradamente, llegó a juguetear encima de mi mochila sonando unos pequeños pasitos sobre la tapa de cuero del mismo.
Aquella actividad frenética, no sabía de qué ser, copó toda mi atención, la espera, los cochinos que pudieran entrar habían quedado en un segundo plano, ahora solo me preocupaba aquel ruidito, aquellos pasos, aquel pequeño trotar por el suelo que discurría por debajo incluso de mi silla.
No pude resistirlo, y tuve que encender la linterna para averiguar que animal producía aquellos ruidos, aquellas carreras sin orden, y cuál fue mi sorpresa al comprobar que debajo de mi silla estaba muy tranquilamente jugueteando un minúsculo y graciosísimo ratón de campo, que para nada se asusto de la luz, y mucho menos le asusto mí presencia, al fin y al cabo, el estaba en su casa y en su entorno, porque iba a asustarse.
Yo esperando un buen macareno, un buen navajero, o al menos un marranete, y aquella espera culminó con la visita inesperada de un convidado muy peculiar, de un animado roedor cuya presencia, al menos, me sirvió de entretenimiento y regocijo aquella noche infructuosa.
Jesús Lara Bueno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario