domingo, 25 de enero de 2009

UNA LÁGRIMA FURTIVA


No es una leyenda urbana esa que dice que los ciervos lloran cuando mueren, es cierto, y aunque tiene una explicación biológica, prefiero no ahondar en ésta, y seguir con mi romántica idea sobre la muerte de este bello animal, de una muerte que según esa misma leyenda urbana, ha llevado a más de un montero a abandonar la práctica cinegética al contemplar el lloro de un ciervo; tal vez esto segundo, sí sea una leyenda urbana, porque eso sería ser sensiblero en exceso, en demasía.

Si bien es cierto que son, o mejor dicho, somos muchos los que llamamos a la berrea “la ópera de la sierra”, como forma de describir esos atardeceres estivales en la dehesa, cuyo trasfondo se inunda por el canto enamorado de los ciervos, no menos operística es su muerte, debido a su delicadeza, a la sensibilidad con que este noble animal se enfrenta a ella; por eso, he querido titular este artículo así, coincidiendo con el nombre de la famosa y suave canción de la opera “L´elisir d´amore” de Donizetti, porque la descripción de la muerte de un hermoso animal, como es el ciervo, es merecedora de ser revestida de un toque musical, si bien no fúnebre, sí lírico; más aún cuando se trata de describir el encuentro de la mirada del cazador con los aterrados, y aún lacrimosos e inmóviles ojos de la res recién abatida.

Nunca me gusta hablar de “matar la caza”, porque “matar”, es como dice el diccionario de la R.A.E., “quitar la vida”, y aunque el hecho cierto es ese, tal vez dándole un sentido metafísico, o tal vez eufemístico, al menos para mí, en ese momento la vida del animal se eterniza; su estampa, el momento fugaz del lance supremo se muestra perenne en nuestro recuerdo. Por tanto, puesto que el significado de la “caza”, o mejor dicho de la acción de “cazar” es: “Buscar o seguir a las aves, fieras y otras muchas clases de animales para cobrarlos o matarlos”; tal vez por eso a mí, me gusta emplear los términos “abatir” o “cobrar”, pues éstos se adaptan mucho mejor a lo que es el arte de la venación.

Nadie es ajeno a la muerte de un animal, lo mismo da que sea un animal tosco como el cochino, o que sea un animal señorial como el venado; de ahí que muchos monteros aún conservemos la tradición de vestirnos con el debido decoro para tal ocasión, algo que muchos no alcanzan a comprender, pues ignoran que quitarle la vida a un animal de tales características es un hecho de mucha importancia, más aún para el animal que lo pierde todo, su vida, su existencia, su ser. Uno es así de purista, que no puritano; pero no nos perdamos en divagaciones y vayamos al grano, porque es muy cierto que en muchísimas ocasiones, el hábito no hace al monje.

El miedo y la sorpresa de un animal montaraz puede presumirse, puede sentirse, puede incluso comprenderse, pero nunca llegaremos a comprender si realmente es tal, o es simplemente una forma constante de sobrevivir. Ortega y Gasset, fue capaz como nadie de describir esos “sentimientos” por los que pasa la res en el momento supremo de enfrentarse a la suerte de sobrevivir, o de morir a manos del cazador que extasiado, paralizado por los nervios, siente como su corazón palpita con una fuerza tal, que retumba en sus oídos cuando siente acercarse al animal.

El filósofo, nos describe como él dice, “el miedo de la res”, y al mismo tiempo se pregunta: “Pero, ¿es tan cierto que la res tiene miedo? Por lo menos su miedo nada tiene que ver con lo que es el miedo en el hombre. En el animal el miedo es permanente, es su modo de existir, su oficio”, por tanto él describe el “miedo” de los animales como algo instintivo y constante, en definitiva es su salvoconducto, y puesto que nosotros perdimos nuestros instintos, “mientras el pavor hace al hombre torpe de mente y moción, lleva las facultades del bruto a su mayor rendimiento.”

El miedo del animal se percibe, se siente cuanto éste se ve acosado por los perros, o cuando se produce el agarre y ve inminente el fin de su existencia, porque como es lógico, al tener el instinto de la supervivencia, éste inevitablemente lleva parejo el sentido de la muerte; porque en el baile de la muerte, la racionalidad del hombre y la irracionalidad del animal se igualan.

D. José Ortega y Gasset nos afirma con rotundidad que, “la vida animal culmina en el miedo”, y para darse cuenta solo hay que fijarse en la descriptiva y enigmática mirada del animal abatido, en la cual se advierte, a veces miedo, a veces sorpresa, a veces incluso, cierta satisfacción; pero nunca dolor o humillación.

Dicen, en especial los detractores de la caza, que ésta es cruel, y no voy a ser yo quien pretenda restarle algo de dramatismo, pues la muerte de un animal siempre genera cierto rechazo.

Yo que soy de inclinación bucólica y un tanto romántica, les invito a que si tienen la ocasión, se detengan un momento a contemplar los ojos huérfanos de vida del regio ciervo derribado, o la del tosco, valiente y huidizo jabalí, verán cómo es cierto lo que les indico en estas líneas dedicadas a la operística y casi romántica muerte de las reses de caza mayor, pues si en el sentido físico mueren, su mirada inmóvil nos trasmite una sensación de eternidad, que trasciende a su propia existencia.

Jesús Lara Bueno.