viernes, 28 de agosto de 2009

EL VENADO ENJARADO

“La Dehesa”, día 10 de octubre de 2004, tuve el privilegio de abatir mi primer ciervo. Aquel año fue excesivamente seco, tanto que el calor que hacía ese día era sofocante, un día de bochorno húmedo y agobiante.

La mañana se presentó caldeada por una noche de tormentosa, la jaras estaban mojadas por la ligera lluvia caída, y el suelo, sin siquiera charcos donde poder beber y refrescarse los perros, se secó con los primeros rayos de sol.

A primera hora, y con la rapidez debida, se colocaron todas las armadas, y a las 10:00 en punto, colocadas escopetas cada una en sus puestos, se procedió a la suelta.

Tiros por todos los sitios, ladras, agarres, el agotador calor no hizo mella en el afán de perros y perreros. Aquella montería fue un éxito en general, y en lo que a mí me toca, me deparo cobrar, como dije, mi primer venado.

Se procedió a la suelta frente a mí, yo era el postor de “Sierra Sardeña”, ocupaba el último puesto, el nº. 9, y tras la suelta comenzaron las ladras para arriba para la sierra.

A la media hora, y tras un hondo silencio, Julián Vivas (q.e.p.d.), me avisó que había un venado encamado en la cuchilla justo en frente de donde él estaba, efectuó un disparo al bulto con su escopeta para intentar levantarlo pero nada; acto seguido, cuando los punteros llegaron al sitio se encendió la ladra, el venado dirigió su carrera sierra abajo, con todos los perros detrás de él, y con otra rehala que subía desde abajo para cortarle el paso.

Me venía de frente, tenía el paso frente a mí, y todo hacía presagiar que me entraría por allí, así fue, de un salto se puso en el tiradero acompañado de ladridos y voces de perreros que mientras azuzaban a los perros, inquisitorialmente me conminaban a abatir al venado.

El primer disparo fue certero, vi perfectamente el impacto de la bala en el codillo del animal, pese a lo cual, con la inercia, no acuso el tiro, continuando su carrera como si nada, por lo que tuve que efectuar otra descarga, la cual erré. ¡Se ha ido! decía uno de los perreros que venía por abajo, a lo que yo, rabioso, ofuscado por la desesperación, me lie a dale patadas a la enorme piedra en la que estaba apostado.

Esa frustración cambió al instante cuando uno de los perreros que estaba parado en la cuchilla vocifero: ¡Está muerto, ha caído entre unos eucaliptos!

Todo este lance sucedió en décimas de segundos, pero lo que más recuerdo es como se desencamó el venado, y su rapidísima carrera seguido de perros, durante la cual, con los nervios, solo me fijaba de lejos en como aquel venado tenía unas cuernas oscurísimas, el cuerpo pardo negruzco, pero sobre todo me fijé, pues ya lo veía de lejos, como dije, en los cercos oscuros que mostraba alrededor de sus ojos (ojo de perdiz le decimos mi hermano y yo).

Aquel color era propio del roce de las jaras, cuya pringue y con motivo de la tormenta caída la noche anterior, se había secado en su cuerpo. Despedía un olor tan intenso a jaras, que impregnó mi casa toda la noche.

Ese ciervo, aún huele a jaras, y cualquiera puede comprobarlo, los días de mucha humedad, de lluvia, o los días de intensa calor, las cuernas del “venado enjarado” desprenden un fuerte aroma a jaras que inunda todo el zaguán de casa. No miento, son muchos los que pueden comprobar que es verdad, y solo hay que pasarle la mano por las cuernas, para comprobar que muchos años después, aún pegan y huelen a jara.

Como digo, cuando hay mucha humedad, o hace mucho calor, inevitablemente al respirar el olor a jaras, no puedo evitar recordar aquel precioso lance.

Esto no es fruto de mi mente, sino que es real y constatable, y la verdad es que cuando sucede, se genera un ambiente muy tranquilizador en casa, al menos para mí; creo que los expertos lo llaman clariesencia u osmogénesis, que es la percepción extrasensorial de olores, agradables o desagradables, que se nos presentan sin justificación alguna, y que en ocasiones son premonitorios. No es el caso, pues este olor no procede del bajo astral ni mucho menos, pero es cierto que cuando el olor del “venado enjarado” hace acto de presencia en mi casa, ese olor a jaras, a monte, descongestiona el ambiente y relaja.

Ese ciervo fue el primero que he cobrado en mi vida, y eso lo hace especial, pero aún más lo hace cada vez que mi casa huele a jaras, cada vez que esto sucede, ese ciervo cobra vida en mi mente, su recuerdo perdura y su olor es lo que le ha hecho perdurar, vivir, ser tan especial para mí.

Jesús Lara Bueno