viernes, 16 de julio de 2010

UN INVITADO MUY PARTICULAR

Si una modalidad de caza hay que impresione porque te haga formar parte natural del campo, esa es la espera al jabalí, donde uno se mimetiza con el entorno, donde en la oscuridad de la noche, o en la claridad de la luna, se convierte en una criatura más del entorno, sin destacar, siempre atenta a todo lo que le rodea, a los sonidos, a los movimientos del campo, al viento.

Me viene a la memoria una de esas esperas, infructuosas como de costumbre, en la que ubique mi puesto entre una charca muy frecuentada y cerca de la salida del monte, donde los cochinos estaban aquerenciados.

El atardecer de aquella noche de verano, como la noche en sí, fue caluroso, y ni con la oscuridad se calmaba aquel calor, aunque lo curioso fue que, fue salir la luna, creciente, y automáticamente comenzar una brisa fría, casi gélida, que helaba los huesos, el cambio de temperatura fue tal, y tan radical, que tuve que ponerme de inmediato un forro polar, y no exagero, y todo ello en pleno mes de julio.

El silencio de la tarde, se torno en ruido tras el ocaso, la ranas, que plagaban aquella charca por doquier, entonaban al unísono su, a veces ensordecedor, a veces relajante, canto de amor. La fuerza de su croar era tal, que no miento si digo que cuando me retire del puesto, aquellos cánticos se seguían escuchando a muchísima distancia, unos cantos, que en la quietud del pasar de las horas en la inmensa oscuridad de la noche, reconforta al esperista.

Frente a mí, en aquel ruidoso puesto, tenía el tronco de una enorme encina seca, sobre la que a medida que se cernía la oscuridad sobre el campo, se iba convirtiendo en una sombra bastante intimidatoria, en la forma casi fantasmal de uno de esos árboles que aparecen dibujados en los bosques de los cuentos infantiles que habitan brujas malvadas.

No deje de mirar aquella “aterradora” forma gigante, aquella sombra con forma “terrorífica”, pareidolia creo que se llama a ese fenómeno por el cual nuestro cerebro da formas o parecidos de objetos concretos a sombras, manchas u objetos, como ocurre con esas misteriosas caras de Bélmez.

El caso es que entre el estruendoso concierto que estaban dando las ranas a mis espaldas, y aquel aterrador árbol seco que se erguía frente a mí, no sé de donde, un pequeño trotar comenzó a rodear mi puesto; noté como se movía el pasto, y no sabía que era aquello que corría de un lugar a otro, que me rodeaba, que subía y bajaba el chaparro sobre el que me apoyaba, y que incluso, descaradamente, llegó a juguetear encima de mi mochila sonando unos pequeños pasitos sobre la tapa de cuero del mismo.

Aquella actividad frenética, no sabía de qué ser, copó toda mi atención, la espera, los cochinos que pudieran entrar habían quedado en un segundo plano, ahora solo me preocupaba aquel ruidito, aquellos pasos, aquel pequeño trotar por el suelo que discurría por debajo incluso de mi silla.

No pude resistirlo, y tuve que encender la linterna para averiguar que animal producía aquellos ruidos, aquellas carreras sin orden, y cuál fue mi sorpresa al comprobar que debajo de mi silla estaba muy tranquilamente jugueteando un minúsculo y graciosísimo ratón de campo, que para nada se asusto de la luz, y mucho menos le asusto mí presencia, al fin y al cabo, el estaba en su casa y en su entorno, porque iba a asustarse.

Yo esperando un buen macareno, un buen navajero, o al menos un marranete, y aquella espera culminó con la visita inesperada de un convidado muy peculiar, de un animado roedor cuya presencia, al menos, me sirvió de entretenimiento y regocijo aquella noche infructuosa.


Jesús Lara Bueno.

jueves, 15 de julio de 2010

HACER LA SILLA

En términos taurinos se conoce como “hacer la silla” a la acción que ejecuta el mozo de espadas que consiste en preparar y colocar ordenadamente el traje de luces del maestro en una silla.

Este nombre tan castizo, tan español, tan simple, sirve para que conozcan algunas de las manías que tiene un servidor, que sin llegar a ser, puestos a hablar en un lenguaje casi taurino, un hábil matador de reses, pues tengo fama de ser de los que reparten la caza, para que me entiendan todos, de los que la mudan de finca, una mala fama ésta totalmente injustificada, o puestos a ser sinceros, casi injustificada, como digo, tengo mis manías y costumbres cuando cazo.

Pues bien, tanto mi hermano como yo, también “hacemos la silla” cuando preparamos los achiperres para ir de caza al día siguiente, una acción ésta muy destacada por ese genial montero, escritor y pintor cordobés que es Mariano Aguayo.

La tarde antes de ir de caza, se saca el arma, se revisa una y otra vez, y si hace falta se limpia, se desempolvan los aperos de cuero si hace tiempo que uno no sale al campo, que ya es mala cosa, o se le quita el moho si la última vez que se guardaron estaban húmedos, y una vez guardados los chismes en la mochila, con una exquisita minuciosidad, se van colocando en una silla.

Primero se coloca la mochila o morral, después el rifle enfundado queda a su lado izquierdo, y después la silla o silleta se coloca al lado derecho, para posteriormente colocar sobre la mochila los zahones abiertos y acabar coronando esta estampa poniendo el sombrero o la gorra sobre el rifle.

La verdad es que uno se deleita contemplando la silla hecha y piensa en lo que le deparará el azar al día siguiente, si habrá suerte y se tirará algo, o si por el contrario como de costumbre, uno se volverá a casa bolo y con menos peso en los bolsillos después de soltar los cuartos. En cualquier caso, después de dejar todos los archiperres preparados solo queda una cosa clara, que por delante queda una larga noche en vela.

Esta acción, que muchos podrían tildar de estúpida tal vez, se realiza con una unción y una beatería tal, que uno disfruta colocando los trastes de matar casi tanto, como cuando se llega al puesto y se sacan para cazar; por eso, montería tras montería se repite este ritual, esta liturgia en mi casa.

Son muchas las manías que uno tiene, o más bien, yo las llamaría costumbres, de esas que si no las haces, no estás a gusto, te sientes incómodo, algunas de las cuales realizas instintivamente sin darte cuenta, en mi caso por ejemplo, santiguarme antes de salir de casa, salir a la calle con el pie derecho, hacer una cruz en el suelo con la punta del pie derecho cuando llego al puesto, al estilo de los toreros cuando salen a la plaza, o darle un toque con la punta de los dedos a la madera de la culata del rifle o la escopeta cuando se enciende una ladra o se acerca un bicho.

Todos tenemos manías, y las tenemos en los distintos órdenes de la vida, aunque no las reconozcamos, o nos dé vergüenza hacerlo, pero esas manías, nuestras manías, forman parte de nuestra personalidad, son propias de nosotros, y eso, siempre que no se llegue a extremos enfermizos, ni dañen o molesten a los demás, nos hace que seamos distintos de los demás, en definitiva, hace que seamos nosotros mismos.


Jesús Lara Bueno.