lunes, 6 de abril de 2009

LOS OJOS QUE NOS MIRAN


¿Quien no se ha sentido alguna vez observado o vigilado?, esa es una sensación que todos hemos tenido alguna que otra vez en nuestra vida. Cuando se está en el campo, se barrunta, se siente la presencia de esa cierva que oculta, desde la profundidad del jaral nos observa, nos sigue para intentar adivinar cuáles son nuestras verdaderas intenciones.

El águila imperial que se lanza al vuelo rasante desde el alcornoque para después ascender y, desde el azul y en silencio, ver donde se dirigen nuestros pasos, mientras nosotros confiados, nos ilusionamos pensando que estamos solos, que nada, ni nadie nos ve.

Nos sentimos libres con nuestra soledad buscada, mientras con miradas, algunas veces inquisitoriales, otras temerosas, los esquivos animales montaraces fiscalizan nuestra conducta.

Esa presencia que se intuye, pero que no se ve, me lleva inevitablemente a pensar en el enigmático e inofensivo bandido Fendetestas que, armado con navaja en mano, acechaba a todo aquel que transitaba por aquel “Bosque animado” que tantas historias encerraba.

Como un déjá vu sentimos vivir historias ya vividas en otras tardes otoñales, unas historias que se repiten cada vez que pisamos el campo e intuimos la presencia oculta de esos seres del éter, como si de elfos, hadas o gnomos se tratara, con su fija mirada nos siguen, mientras nosotros sentimos como sus miradas se clavan en nuestro insulso ser.

Por unos segundos nos asombramos de vivir esas historias soñadas alguna vez, y seguros de nuestra inseguridad, fantaseamos con un mundo onírico, llegando a preguntarnos qué, ¿Quién puede afirmar que junto a esos animales que nos observan, ocultos allá en la profundidad del oscuro alcornocal, escondido tras uno de esos centenarios arboles, o tal vez entre el helechal, no hay seres fantásticos de esos que llaman mitológicos, observándonos?, ¿quién puede afirmar que realmente no existen?

Muchas veces nuestra ceguera nos lleva a creer solo en aquello que vemos, negando la existencia de aquello que nuestra vista no alcanza a ver, tratamos de darle una explicación científica y racional a todo, y eso, como antes decía, nos hace ciegos al pretender ignorar aquello que, exista o no, somos incapaces de ver, tal vez por miedo a lo desconocido.

Algo parecido nos ocurre con las ideas preconcebidas que tenemos de algunas personas, fuente de la que emanan los dichosos prejuicios, negando casi siempre la opción de intentar conocer a las personas por lo que son, y no por lo que puedan pensar, y todo por creer ciegamente en lo que otros puedan pensar o puedan decir de nosotros.

Tal vez por eso, fruto de mi ingenuidad, me niego a pensar que no existan lugares bucólicos y cargados de romanticismo, me niego a pensar que no haya bosques elficos con seres mágicos por descubrir.

Siempre albergaré un resquicio de esperanza para que aunque imaginarios y fruto tal vez de leyendas mitológicas como dicen, la belleza de los sueños sea más fuerte que la realidad visible, y que aquellos seres que tratamos de evitar ver, por parecernos exagerada su existencia, o incluso por infringirnos un cierto temor basado en exageradas leyendas históricas, al menos seamos capaces de intentar verlos, conocerlos y comprenderlos. Yo mientras tanto, continuare con mi búsqueda de esos seres fantásticos que aún me quedan por descubrir en esos bosques solitarios en los que tanto me gusta perderme de vez en cuando.

Jesús Lara Bueno.