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Escuchar los sonidos de la naturaleza, perderse en la soledad del campo, encontrarse a uno mismo, eso se siente desde la soledad de un puesto.
Ladras, carreras, tronchar de jaras, descargas secas, recias voces alentando a los perros, ecos lejanos de caracolas que anuncian el fin de la montería
El vuelo estruendoso de una perdiz al salir de entre las jaras que te convulsiona el corazón y te reseca la boca, el cantar de los mirlos, alcahuetes del campos que alertan del paso de algún animal por el monte, el sonido de las urracas en la espesura de la mancha que anuncian que las reses han salido de sus encames.
Esa astuta zorra que se pasea por delante de ti, sin haberse percatado de tu presencia, te hace retomar las esperanzas e ilusiones de que posiblemente pueda entrar por sus mismos pasos un cochino, o quién sabe si un venado.
El embelesamiento que te produce ver como las siluetas de algunos buitres, sabedores de un posible festín, recortan la grandeza del cielo, dejando tras de sí un leve susurro que acaricia los oídos al sobrevolar la postura.
Eso es disfrutar del silencio, un silencio que te hace pensar durante las largas horas de espera en cosas unas veces trascendentales y otras banales y mundanas, pero que te evaden de la realidad cotidiana, de los problemas del día a día; en esos momentos, el oído solo escucha el silencio.
El afán por cazar nunca queda diluido, pero por momentos queda en un segundo plano ante el silencio del campo, solo roto por los ladridos y las voces de fondo.
Antonio Cuéllar Gragera, gran cazador, describió muy bien las sensaciones del cazar: “En aquel tiempo, como ahora, tenía tal afición a la caza, que aún estando en ella, soñaba que cazaba.” De ahí que un filósofo de la talla de José Ortega y Gasset, no cazador, a propósito de la caza y la felicidad, analizara tales sensaciones concluyendo con esta afirmación: “Felicidad es la vida dedicada a ocupaciones para las cuales cada hombre tiene singular vocación. Medio en ellas, no echa de menos nada; íntegro le llena el presente, libre de afán y nostalgia. Por eso deseamos que no concluyan nunca. Quisiéramos perennizarlas, eternizarlas. Y, en verdad, que absortos en una ocupación feliz sentimos un regusto, como estelar, de eternidad.”
Jesús Lara Bueno.
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Artículo publicado en el nº. 80 de la revista cultural “La Glorieta”, en mí sección “El Alalí”. (Febrero de 2005)
Jesús Lara Bueno.
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Artículo publicado en el nº. 80 de la revista cultural “La Glorieta”, en mí sección “El Alalí”. (Febrero de 2005)
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