martes, 22 de julio de 2008

EL OJO DEL DIABLO*


Un lugar, un paraje, un enclave que siempre me inspiró respeto de pequeño, por su nombre, por su bucólico y oscuro entorno de grandes y sombríos alcornoques, es “El ojo del diablo”, al que siempre, no sé porque, siempre relacioné con la entrada al reino de las tinieblas, tal vez sea por eso, que en las ocasiones que he ido a visitarlo, incluso después de mayor, nunca me he atrevido a acercarme a él, y cuando lo he hecho, no ha sido sin guardar una cierta cautela.

Es un temor que el niño que llevo dentro no logra superar, el mismo temor que aún hoy me impide asomarme al brocal del pozo de mi casa, pues la “Mamaluca” que está en sus profundidades, con su huesudo brazo humeante, como yo me la imaginaba, puede agarrarme; ¡ojala todas las “Mamalucas” con las que nos encontramos y tenemos que lidiar en nuestras ajetreadas vidas fueran así de simples e inofensivas!

Los nombres de todos los parajes tienen su porqué, pero éste tiene algo especial, este nombre me inspira respeto; “El ojo del diablo”, me suena a ultratumba, a más allá, me suena a romanticismo, me suena a Bécquer.

Respeto, sí, respeto es el que me inspira algo de quien nunca nadie me ha contado una historia, el respeto por un nombre, que no sé de donde viene, el respeto por una leyenda que de pequeño, mi mente quiso imaginarse, el respeto por un nombre al que la ingeniosa niñez supo explicar el porqué del mismo; respeto porque el niño que creció, cuando esta cerca de ese lugar, se sigue sintiendo observado por el mismísimo ojo de Lucifer en la tierra.

Pero la imaginación calenturienta de aquel niño le llevo a imaginarse algo más, que para luchar contra el mal que aguarda allá arriba, en aquella plutoniana entrada de las peñas, unos humildes frailes franciscanos, quisieron hacer de aquellos lugares su hogar, para advertirnos a todos que el mal siempre está cerca de nuestras vidas, incluso de la de los hombres más piadosos como ellos, y así nos los recuerdan los vacilantes muros de su ruinoso convento, el convento de “Los frailes viejos”.

Tal vez la mente de aquel niño fue capaz de llegar a la conclusión de que “El ojo del diablo”, no fuera la entrada, sino la salida del reino del mal y del injusto sufrimiento que nos ha tocado vivir en una tierra donde abundan por doquier demonios dispuestos a hacer el mayor mal posible a las gentes de bien.

Que bonito es imaginar, que bonito es soñar despierto, que bonito es conservar un poco de aquella ingenuidad de la niñez que no veía el mal en las personas, sino en los lugares y en los seres fantásticos.

Jesús Lara Bueno.
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Artículo publicado en el nº. 72 de la revista cultural “La Glorieta”, en mí sección “El Alalí”. (Marzo de 2004)

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