Mucho ha llovido desde entonces, mucho han cambiado las cosas, y muchas veces he reescrito y borrado esta narración, y hoy por fin, seguro de que su prosa me convence, la publico.
Se monteaba “La Barrosa”, pocos puestos, los suficientes, y pocas rehalas, las necesarias, la mañana despertó muy lluviosa y tras todo el ritual que se sigue en las monterías, llegué a mi puesto, un cierre, en el que contaba con un amplio tiradero, pues estaba desbrozando parte del jaral, y tenía por delante un acero de una considerable anchura, aunque para mí, siendo un fino tirador como soy, unos cuantos de metros más de anchura tampoco le hubieran venido mal a aquel cortadero.
Por aquellas fechas, Pepe Gordillo aún tenía la recova, y Paco Meléndez era su perrero, como dije antes, mucho han cambiado las cosas desde entontes; la lluvia caía intensamente y los surcos del acero en el que estaba colocado, no tardaron en convertirse en rebosantes regateras.
Cuando los perros Gordillo llegaron a rematar la mancha en el cierre en el que yo estaba, se encendió una estrepitosa ladra, la algarabía se intensifico cuando los perros se llegaron al lugar desde todos los puntos de la mancha; al final resultaron ser unas cochinas ibéricas que se habían quedado en el monte, circunstancia ésta de la que previamente ya habían informado los propietarios de la finca en cuestión.
A la vuelta, y ya para abajo hacia el río Gévora, se encendió otra ladra que se dirigió hacia éste, más tarde, pude saber que el guarro se echó al agua y tras cruzar la rivera que llevaba un enorme caudal de agua, se metió en la mancha de la otra orilla, “Los Riscos de Higüela”, con dos perros que siguieron sus mismos pasos como posteriormente me informó Paco Meléndez.
Tras comer y ver el resultado de la jornada, ya bien metida la noche, y lloviendo a mares, como había discurrido todo el día, y tras ver que Paco no había llegado a la junta de carnes, Gordillo me invitó a que lo acompañara al lugar de la suelta a ver que le había pasado a “Meléndre”.
En la oscuridad de la noche, pudimos ver el reflejo de una lumbre que se vislumbraba en un cerro, junto a la que se erigían dos siluetas que se recortaban a la luz del fuego. Eran Paco y un muchacho que por aquel entonces le acompañaba, creo recordar que se llamaba Aquilino, y que empapados, intentaban secarse junto a la lumbre, mientras de vez en cuanto Paco daba alguna voz llamando algún perro perdido, o que aún seguía cazando…
Al llegar nos explicó que dos perros habían cruzado la rivera y no habían regresado y que llevaba llamando a los perros toda la tarde hasta que se hizo de noche, pero lo grave era que él se temía que uno de los mastines de la rehala se había caído en una de las muchas minas abandonadas que había en medio de la mancha.
Afirmaba que estaban muy ocultas entre la espesura del monte, y que por la mano que él había llevado, se había topado con algunas, y que por eso temía que el perro se hubiera encajado en una de ellas y porque, según afirmaba, de lejos lo había oído ladrar de forma muy rara mientras aún estaba batiendo.
Tras pasar un rato en la lumbre, mi buen amigo Paco me dijo que era algo normal perder perros en el monte, y además me dio algunas instrucciones de lo que hay que hacer en esos casos, porque como él me decía: “Los perros son muy listos, y siempre vuelven por los mismos pasos que se fueron”; por eso al día siguiente siempre hay que ir al lugar de la suelta, y una cosa que me resultó muy curiosa; éste me afirmó que cuando un perro se pierde en el monte, es conveniente llamarlo a voces, y no tocando la caracola, porque se sienten más tranquilos escuchando la voz del perrero; lo malo es, me decía, “cuando te matan un perro de un tiro y no te dicen nada, y como hoy, te quedas hasta las tantas de la noche sabiendo que te lo han matado.”
Afirmaba que estaban muy ocultas entre la espesura del monte, y que por la mano que él había llevado, se había topado con algunas, y que por eso temía que el perro se hubiera encajado en una de ellas y porque, según afirmaba, de lejos lo había oído ladrar de forma muy rara mientras aún estaba batiendo.
Tras pasar un rato en la lumbre, mi buen amigo Paco me dijo que era algo normal perder perros en el monte, y además me dio algunas instrucciones de lo que hay que hacer en esos casos, porque como él me decía: “Los perros son muy listos, y siempre vuelven por los mismos pasos que se fueron”; por eso al día siguiente siempre hay que ir al lugar de la suelta, y una cosa que me resultó muy curiosa; éste me afirmó que cuando un perro se pierde en el monte, es conveniente llamarlo a voces, y no tocando la caracola, porque se sienten más tranquilos escuchando la voz del perrero; lo malo es, me decía, “cuando te matan un perro de un tiro y no te dicen nada, y como hoy, te quedas hasta las tantas de la noche sabiendo que te lo han matado.”
Ni cortos, ni perezosos, “Melendre” y Gordillo se montaron en el coche y sin dilación alguna se metieron en la mancha en busca del perro armados con una linterna, una soga y muchas ganas de salvar al mastín.
La lluvia cesó, pero el frio y la oscuridad hacían la empresa muy difícil; tras esperar muchas horas junto al fuego, aquel chaval y yo vimos como se acercaba un coche a lo lejos, era previsible que fueran los dos aventureros, pero no fue así, era Alberto Pasalodos, el dueño de la finca, que venía a ver qué es lo que pasaba, y a advertirnos que toda la gente de la montería se había marchado ya a casa.
Serían cerca de las doce y media cuando regresaron los dos “expedicionarios”, pero del mastín nada de nada, no habían conseguido dar con él.
Tras la frustrada búsqueda, Paco se montó en el camión y nosotros en el coche para regresar a casa, pero antes hicimos un alto en la cantina “La Chicharra” para tomar una copa, donde había algunos monteros aún, con la suerte de que en ella estaba también el guarda de la finca, al que Pepe Gordillo y Paco Meléndez le contaron lo sucedido, algo que ya sabía porque ya se lo había comunicado el dueño de la finca.
Tras charlar un rato, y reírnos un rato más, volvimos a casa, quedando en el campo un mastín sepultado vivo, y dos punteros en una finca que distaba muchos kilómetros de la finca matriz y con una rivera crecida de por medio. Aún así el balance de la jornada fue positivo, aunque deslucido por la lluvia, se pasó un buen día, en la mancha había caza y la gente se divirtió.
Dos días después vi a Paco y, como no podía ser menos, le pregunte por los perros, me afirmó con cierta satisfacción que los dos punteros habían regresado al lugar de la suelta aquella misma noche, y que al mastín de la mina, lo había rescatado el guarda.
Por lo que me dijo, aquel perro era bueno, y tenía gran interés en recuperarlo, además de por evitarle una muerte segura y horrorosa, como es lógico, porque según me dijo, era un perro muy valiente en los agarres.
Como dije al principio, mucho ha llovido desde entonces, para empezar mucho llovió aquel azaroso día, pero además de ver la inquietud que siente un buen perrero cuando impotente ve como pierde a uno de sus mejores pupilos, también me sirvió para saber que en esos casos, el único consuelo que tienen los canes perdidos es poder escuchar en la lejanía la voz de su amo que les llama y les marca la ubicación el lugar de la suelta para su tranquilidad.
Jesús Lara Bueno.
*
Narración inédita que nunca he publicado.
Tras la frustrada búsqueda, Paco se montó en el camión y nosotros en el coche para regresar a casa, pero antes hicimos un alto en la cantina “La Chicharra” para tomar una copa, donde había algunos monteros aún, con la suerte de que en ella estaba también el guarda de la finca, al que Pepe Gordillo y Paco Meléndez le contaron lo sucedido, algo que ya sabía porque ya se lo había comunicado el dueño de la finca.
Tras charlar un rato, y reírnos un rato más, volvimos a casa, quedando en el campo un mastín sepultado vivo, y dos punteros en una finca que distaba muchos kilómetros de la finca matriz y con una rivera crecida de por medio. Aún así el balance de la jornada fue positivo, aunque deslucido por la lluvia, se pasó un buen día, en la mancha había caza y la gente se divirtió.
Dos días después vi a Paco y, como no podía ser menos, le pregunte por los perros, me afirmó con cierta satisfacción que los dos punteros habían regresado al lugar de la suelta aquella misma noche, y que al mastín de la mina, lo había rescatado el guarda.
Por lo que me dijo, aquel perro era bueno, y tenía gran interés en recuperarlo, además de por evitarle una muerte segura y horrorosa, como es lógico, porque según me dijo, era un perro muy valiente en los agarres.
Como dije al principio, mucho ha llovido desde entonces, para empezar mucho llovió aquel azaroso día, pero además de ver la inquietud que siente un buen perrero cuando impotente ve como pierde a uno de sus mejores pupilos, también me sirvió para saber que en esos casos, el único consuelo que tienen los canes perdidos es poder escuchar en la lejanía la voz de su amo que les llama y les marca la ubicación el lugar de la suelta para su tranquilidad.
Jesús Lara Bueno.
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Narración inédita que nunca he publicado.
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