martes, 22 de julio de 2008

MI PRIMERA CACERÍA*


El otro día, en la montería de “La Dehesa”, durante el trayecto en coche hacia el cazadero, tuve ocasión de hablar con un veterano cazador alburquerqueño, Manuel Píriz, el cual me contó cómo fueron sus comienzos en el mundo de la caza, y acto seguido, yo le correspondí contándole cuales fueron los míos.

Esta conversación me animó a escribir este artículo, un artículo que llevaba muchos años madurando en mi cabeza, en el que poder describir como fue la primera jornada de caza de mi hermano y mía, que resultó, para que nos vamos a engañar, bastante corta e inusual, y que tanto él, como mi madre y yo, recordamos de vez en cuando con mucha gracia.

Todos los comienzos son duros, y la iniciación en el mundo de la caza que tuvimos mi hermano y yo, no fue menos. Lo normal es que la afición se herede de los padres, pero en nuestro caso no fue así, pues a mi padre ni le gusta ni le ha gustado nunca la caza, no así a mi madre, que desde pequeña la vivió en su casa como algo cotidiano pues mi abuelo Isidoro era un gran cazador de menor, el cual no solía hablarnos mucho cuando éramos pequeños de su amplia experiencia como cazador, no así nuestra madre, que nos cuenta constantemente las anécdotas venatorias que le sucedieron a su padre, así como de su forma de cazar. Pues bien, esto unido a la gran amistad que tenemos con Gabino Meléndez, un esforzado cazador, fueron el germen de nuestra afición a la caza.

La primera escopeta que tuvimos, es una magnifica paralela F. A. del año de la pera, a la que llamamos “la fea”, se la compramos a nuestro amigo Gabino por doce mil pesetas, el cual además, nos regaló la funda. Para poder comprarla, mi hermano y yo hicimos un bote en el que cada semana, normalmente después de ver el programa de televisión “Jara y Sedal”, depositábamos cada uno cinco duros, y si alguno iba un poco sobrado, incluso ponía diez; yo tendría unos catorce o quince años y mi hermano dieciocho.

Mientras recaudábamos el dinero necesario para comprar nuestra ansiada escopeta, íbamos muchos días de caza con Gabino, a “El Espolón” y la Cañada Boyal, para ir practicando el tiro con “la fea”, instrucción que solo recibía mi hermano por ser él mayor que yo, y porque no decirlo, porque a mí me daba un poco de miedo el retroceso del arma. La clases prácticas eran muy curiosas pero efectivas; mi hermano Eduardo se encaramaba con la escopeta encima de una piedra alta, y Gabino se ponía debajo de ella, y cuando mi hermano estaba preparado con la misma, Gabino desde el suelo le lanzaba al aire un trozo de corcho o de madera para que mi hermano le soltara los perceptivos barrenazos, mientras, yo los observaba repetir una y otra vez esta operación desde un canchal contiguo.

Cuando tuvimos reunido el dinero suficiente para adquirir “la fea”, fuimos rápidamente a comprarla y hacer los trámites oportunos al cuarte de la Guardia Civil para ponerla a nombre de mi hermano, ¡por fin era nuestra!, ¡por fin teníamos una escopeta!

Tras comprar en la armería de Manzano una caja de cartuchos y un morral, lo preparamos todo para ir a cazar solos por primera vez.

Durante toda la semana estuvimos planeando como sería nuestra jornada de caza el siguiente sábado, entraríamos a cazar por la calleja que va a “El Vicioso” para comenzar a cazar en la Cañada Boyal y posteriormente terminar en “El Espolón”, cerca del cementerio.

Nuestra madre nos preparó por la noche un bocadillo, para retomar fuerzas a media mañana. Tras ser imposible poder conciliar el sueño, saltamos de la cama, y tras desayunar y revisar los chismes de nuevo, todo estaba preparado para ponernos en camino con los trastos a cuesta.

La semana estuvo muy nubosa, pero apenas llovió. Mi madre, soltando dos lagrimones como puños, nos dio un beso a cada uno, y aún recuerdo sus palabras: ¡Tened mucho cuidado!, si os viera vuestro abuelo…”, acto seguido salimos por la puerta, quedando mi madre en el umbral viendo como nos marchábamos andando, pero no muy largo, porque comenzó a llover como si fuera el diluvio universal, y lo más que anduvimos fueron diez pasos hasta llegar a la puerta de nuestro vecino “Sesa”.

Mi hermano y yo nos miramos, y nos preguntamos el uno al otro: “¿Qué hacemos?; la respuesta fue inmediata, echamos a correr a casa. Una vez entramos dentro, en vista de la que estaba cayendo y del frío que hacía, mi hermano me preguntó: “¿Esperamos a ver si escampa?”, mi respuesta no fue otra que decirle: “¡Chacho!, yo creo que lo mejor sería que nos acostáramos otra vez porque, ¿ A dónde vamos a ir con la que está cayendo?”, a todo esto mi madre se partía de risa mientras veía como nos dábamos la vuelta.

Y así fue mi primer día de caza, que francamente fue corto; y es que como suele decirse, los comienzos son duros, y en nuestro caso además, graciosos; pero la afición es la afición, y ahí seguimos, cada día con más afición, recordando con añoranza aquel día.

Jesús Lara Bueno.
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Artículo publicado en el nº. 77 de la revista cultural “La Glorieta”, en mí sección “El Alalí”. (Octubre de 2004)

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